Nací en 1981, y a los cinco años me enamoré del fútbol, cuando me llevaron por primera vez al estadio. Recuerdo chispazos de los partidos de ese año, como algunos goles de Nazar, Víctor Hugo Castañeda rompiendo las mallas en Higueras, Colo-Colo ganándole una definición del torneo a Palestino, y sobre todo el Mundial.
Ahí supe de un gol con la mano, y otro maravilloso en el mismo partido. Días después veía la pantalla dividida en dos, con Burruchaga por un lado y él por el otro. ¿Por qué los muestran a los dos?, pregunté en mi inocencia infantil. “Porque los dos hicieron el gol”, me respondieron. Primero no entendí, con los años lo supe todo.
Fui disfrutando su magia de a poco, entendiendo que era por lejos el mejor. Pero ya más grande, me tocó ver el lado malo, y como a mi alrededor lo juzgaban. Pero el fútbol es más, y dentro de la cancha lo que se vive es otro mundo, otro idioma, otra forma de ver la vida.
Para los argentinos era D10S. ¿Y cómo no? Si cuantas alegrías les dio. Con un primer título del mundo manchado por la dictadura, México 86 fue para reafirmar sus convicciones, y coronar a un jugador que para muchos es el mejor de la historia. Yo no puedo ser tan drástico. No vi jugar a Pelé, ni a Di Stéfano, ni a Cruyff. Pero de lo que vi, nadie es como el Diego.
Hoy, 25 de noviembre del 2020, no solo muere Diego Armando Maradona. Muere una parte de Argentina, muere una parte de Sudamérica. Muere una parte del fútbol.
¿Se equivocó? Por supuesto. Era humano. Tuvo muchas cosas buenas, y otras tantas malas. Pero ahí, en ese rectángulo verde, era otra cosa. Y ahí, si bien no fue perfecto, es el que más cerca ha estado de serlo.
Ad10s Diego. Los que amamos el fútbol te damos las gracias por todo.