- En una semana de pruebas de jugadores en El Morro y del puntapié a la operación retorno del CDS Naval de Talcahuano, nuestro compañero Matías Schneider dejó el micrófono y los comentarios para saltar a la cancha y probarse como jugador del Ancla. Esta es su experiencia.
Todo aquel amante del deporte más lindo del mundo, el fútbol, tuvo, en algún momento de su vida, la ilusión de entrar a un imponente estadio repleto de personas alentando al equipo de sus amores. Salir a la cancha, mirar hacia el cielo y realizar la típica cábala del salto con el pie derecho antes de pisar el interior del campo de juego. Pero para lograr esto, se debe pasar por un largo camino que comienza con el ingreso a un equipo.
Eran alrededor de las ocho de la mañana y la verdad no estaba nervioso, puesto que no era mi primer rodeo con los procesos de selección de ingreso a un equipo de fútbol. Ya me había alimentado y estaba listo para salir. En el camino hacía el paradero, en mi cabeza, no paraban de resonar las mil y una historias que me había contado mi padre acerca del mítico estadio El Morro y las cosas que allí sucedieron.
Durante mi viaje, perdido en la bella mañana del puerto, iba recreando en mi mente aquellas anécdotas de mi “viejo”, pero los participantes ya no eran las figuras de antaño como el “Jurel” Herrera o el “Cabezón” Venegas, sino que el protagonista de las legendarias jugadas que quedaron grabadas en el corazón de la hinchada era yo.
Impregnado de la garra navalina, llegué a mi destino. Para mi desgracia, me había adelantado a la hora de ingreso al recinto deportivo, quizás eran las ansias de tocar al mejor amigo del amante del fútbol, la pelota. Esperé, pero con la mirada puesta en aquellos que consideraba como mis rivales.
EL MORRO
Al ingresar al estadio, observaba a todo el mundo de reojo, mientras en mi mente analizaba sus cualidades físicas y según esto les otorgaba un rol dentro del campo de juego: “Es alto, fuerte, debe ser central o quizás 9”. Mi puesto natural, central derecho, es por esto que mi atención se fijaba en aquellos que reunían las características para desempeñarse en esa posición.
El reloj mostró las 8:45 de la mañana y el cuerpo técnico nos llamó al campo de juego con el fin de organizar los dos primeros equipos que tendrían el honor de dar el puntapié inicial al último día de pruebas de jugadores para ingresar a Naval.
Eran en total 22 jugadores, que debían posicionarse en un clásico 4-4-2. Esto quiere decir, que había margen para que ingresaran cuatro centrales por partido. El “profe” iba nombrando una a una las labores que debían cumplir dentro del alineamiento y aquellos quienes desempeñaban ese rol se debían ofrecer para obtener un cupo.
Dejé pasar el primer grupo, necesitaba saber cuál era el nivel al que me iba a exponer. Observaba detalladamente los movimientos y las decisiones de cada uno de los jugadores, tratando de aprender de sus errores, pero también de las posibles situaciones a las cuales me podía enfrentar a la hora de jugar.
LA HORA DECISIVA
Una vez finalizado el primer encuentro, nuevamente se nos acercan para armar el segundo grupo, esta vez me pareció pertinente ofrecerme para integrar uno de los dos equipos, levanté la mano más rápido que todos, pero aun así tomaron la posición de central derecho. Nadie quería jugar en un lugar que le fuera incómodo, puesto que podría llevar a errores, sin embargo la falta de jugadores que desempeñen su función por la banda izquierda me hizo tomar una decisión rápida. Finalmente, me anoté como central izquierdo.
Una vez en la cancha, todo fluyó naturalmente, me sentía cómodo y en pleno estado físico para dejar todo en la cancha y lograr ser seleccionado. Por momentos, me molestó que la mayoría de los jugadores se quedaran mucho tiempo con el balón en los pies, pero también entendía que lo hacían con la intención de querer captar las miradas del cuerpo técnico. Eran solo 20 minutos para demostrar todo el talento, es por esto que cada jugador entregaba su 100%.
Finalmente sonó el silbato y nos reunimos frente a Andy Lacroix, quién nos dio una breve charla acerca de la dificultad de seleccionar jugadores el último día, debido a la poca cantidad de minutos que tienen para observar. Solo avanzaron dos jugadores del segundo grupo, y no me encontraba entre esos privilegiados. Me despedí del cuerpo técnico, agarré mi mochila y salí del estadio, no estaba decepcionado ni tampoco triste, si no que contento por haber sumado minutos en el estadio que tanto ama mi querido padre.
Fotografías: Cedidas
Muy buen artículo, bien escrito, una visión más humana de sesiones de pruebas de jugadores, linda dedicatoria al padre